Con
pancartas en mano y gritando "¡Queremos justicia!", un grupo de bailarinas y ex
empleados del club Flamingo se apostó frente a sede de la discoteca en Queens,
acompañados de algunos miembros de la organización Se Hace Camino al Andar, para pedir mejoras en las
condiciones de trabajo.
El fuerte ruido del tren 7 que pasa por el lugar se
confundía la noche del jueves con las voces de los manifestantes que lanzaban
consignas para que dejen de multar y de maltratar a los empleados del
mencionado centro de diversión nocturna.
Mientras
se desarrollaba la protesta de los ex empleados en la avenida Roosevelt, a la
altura de la calle 85, varios trabajadores salieron del club cubriéndose la
cara con carteles que decían: "Abajo con la prostitución", "Estamos contra los
ladrones".
Julissa Bisonó, organizadora de Se Hace Camino al Andar, aseguró: "Sabemos que continúan
las malas prácticas y queremos que paren el abuso y el mal trato a los
empleados".
Bisonó apoya a varios empleados que demandaron el mes pasado a
dueños del club. En la demanda por más de medio millón de dólares, según Bisonó, están
incluidos bailarinas, meseros, discjockeys y guardias de seguridad, que
supuestamente fueron víctimas de abuso laboral y verbal. "Creímos que con la demanda iban a
detener los abusos, pero estamos enterados que los maltratos continúan, pero
hay empleados que están amenazados y queremos demostrarles que los apoyamos,
que esta lucha continúa", advirtió la activista.
Peter Rubin,
abogado que representa el club nocturno no devolvió ayer las llamadas de este rotativo, sin embargo, hace unas semanas el jurista desmintió, en una entrevista al New York Times, las quejas de abuso laboral de las bailarinas.
"Ellas se pueden quedar con todo el dinero que obtienen
bailando. No tienen
que compartir nada con la casa", le aseguró Rubin al rotativo.
En cambio, Jennifer Rodríguez, una colombiana que duró
trabajando como bailarina por dos años, dijo: "Fueron demasiadas humillaciones
y maltratos. Me tocó aguantarme porque estaba sola en este país y tenía que
pagar la renta y mis gastos".
Según testimonios de varias bailarinas, para empezar a
trabajar tenían que pagar $11; si llegaban tarde, por cada media hora tenían
que pagar $10. Si por enfermedad o cualquier otra razón no podían ir a
trabajar, los dueños las multaban 70 dólares. También tenían que firmar un
libro para ir al baño y durante las 12 o 13 horas de trabajo sólo tenían un
descanso de media hora para alimentarse.
"Fue una experiencia horrible",
narró la dominicana América P. González, quien por casi tres años trabajó desde
las 4:00 de la tarde hasta las 4:00 de la madrugada. "Empecé como mesera y
después decidí bailar. No es un trabajo malo, no es prostitución como dicen. Solamente bailamos y nos sentamos
con los cliente en una mesa a hablar, nada más", indicó.
Otros empleados, como el venezolano Alberto Martínez, de
35 años, quien trabajo como cantinero, se quejó del maltrato verbal. "Nos
decían que éramos una cuerda de indocumentados que no servíamos para nada",
dijo el ex empleado.
Floricelda Alonzo, de 28 años,
madre soltera de un niño de 4 años, admitió que después de un año de trabajar en el Flamingo como bailarina se cansó porque "a
cada rato nos decían esas expresiones colombianas vulgares".
Al parecer, en el club, propiedad de Edith D’Angelo y su
Luis Ruiz, no sólo reinaba el abuso verbal, sino que a las bailarinas no se les
permitía sentarse, comer ni tomar agua durante las horas de trabajo, según
Alonzo.
Para Ramiro Díaz, quien dijo haber sido cliente del
Flamingo, "esto es un abuso. Cómo cree que le cobren 10 dólares sólo porque
llegue tarde una bailarina y las ponen a bailar toda la noche sin dejarlas
descansar. Eso es
mucho abuso", insistió el colombiano.