El sueño de Jocelyn Mendoza es que al buscar trabajo la acepten como transgénero, y así poder dejar de vestirse como un muchacho y tener que llevar una doble vida.
“No le hago mal a nadie vistiendo de mujer”, dijo Mendoza, de 40 años, que llegó a vivir de México a la Gran Manzana hace 15. Aunque ha tenido el dinero para colocarse sus implantes de senos como parte de su transformación, dice que no ha querido hacerlo.
“Si vistiéndome como ‘machito’ tengo dificultad para conseguir trabajo, no quiero imaginármelo que sería mi vida si llego a ponerme mis chiches”, reflexionó.
Sin embargo, la terapia de hormonas a la que se viene sometiendo desde hace nueve años le ha hecho aumentar los pechos, los que ha tenido que disimular, además de recortarse el pelo, en los cuatro trabajos que ha tenido en la ciudad: tres como mesera de restaurantes y uno como vendedora.
Mendoza emigró a Estados Unidos porque en su país no era aceptada como gay. “Aquí hay más libertad de expresión, en el sentido que uno puede vestirse como quiere”, dijo. “Sin embargo, a nivel laboral, mi vida no ha sido fácil”.
El problema de apariencia no es aislado. De acuerdo a un sondeo realizado por la organización Se Hace Camino Nueva York —más de 250 miembros de la comunidad LGBTQ fueron encuestados— un 41% dijo haber experimentado alguna clase de acoso laboral, mientras que el 44% respondió haber enfrentado discriminación en el trabajo por su identidad de género y fue forzado a renunciar.
Uno de los grandes apoyos que ha tenido Mendoza ha sido su familia, con quien reside en Brooklyn. “No he podido conseguir trabajo desde hace un año, no me aceptan como soy. Me rehúso a volver a cortarme el pelo, así que me las arreglo vendiendo bolsos para mujer y mi familia me ayuda a completar para la renta”, explicó.
Bianey García es otra transgénero mexicana, de 23 años, que sabe en carne propia las dificultades para conseguir trabajo. “Trabajé en varios restaurantes y al igual que Jocelyn, tuve que ocultarme bajo la imagen de un muchachito, para que me pudieran contratar”.
Esta joven que aspira a estudiar leyes para convertirse en una abogada especializada en inmigración, y luchar por los derechos de la comunidad LGBTQ, llegó sola a Nueva York.
“Mi familia en México me abandonó cuando se enteró que yo era gay, así que decidí buscar mi propio futuro y no ha sido fácil”, recuerda en tono melancólico.
García recordó que fue al llegar a Nueva York, cuando un día se vistió de mujer y se sintió cómoda. “Como me gustó, decidí que quería seguir haciéndolo, pero no es fácil en el ámbito laboral”.
Su peor época fue cuando sufrió persecución policial. “Estuve entregada al alcohol, las drogas y la prostitución. Entrar a esa vida es fácil, pero salir es difícil”, dijo, aunque añadió, orgullosa, que “esa etapa está totalmente superada”.
García, que ahora lleva su cabello largo, se liberó de su reto de encontrar trabajo porque desde hace dos años labora como organizadora comunitaria de la institución Se Hace Camino Nueva York.
Según Karina Claudio, excoordinadora legal de la mencionada organización, una de las causas de la discriminación laboral es la falta de educación cultural de los empleadores que están en nuestras comunidades.
Identificó como otro de los problemas, la necesidad de expandir a nivel federal leyes más fuertes para la protección contra la discriminación en contra de los empleados, basado en su identidad de género.
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