“Buscar asilo se ha vuelto casi tan difícil como llegar aquí en primer lugar”.
Hace cinco meses llegué a Nueva York procedente de Venezuela. Venir aquí ha sido la decisión más difícil que he tenido que tomar en mi vida. Amo a mi país, pero, para mí, quedarme allí habría significado enfrentarme a la posibilidad real de que me mataran.
En Venezuela, tenía un negocio de comida rápida y estudiaba gestión medioambiental. Quería luchar por un futuro mejor y decidí alzar mi voz contra el gobierno actual en señal de protesta. A causa de ello, mi vida dio un vuelco. Me amenazaron con castigos severos y con la muerte, lo que me obligó a tomar la decisión de abandonar mi hogar. Dejé atrás todo lo que conozco y amo: mis parientes, mi tierra, mi cultura y mis pertenencias.
Para llegar a Estados Unidos, tuve que caminar durante días por el Tapón del Darién, una enorme selva tropical en la que no hay carreteras visibles. Todos los días eran aterradores, ya que nos veíamos obligados a caminar por zonas rocosas llenas de barro, nos enfrentábamos a la posibilidad de encontrar animales salvajes y a muchas otras situaciones mortales. También me aterrorizaba la idea de ser secuestrada, maltratada e incluso asesinada en esta región sin ley y plagada de actividades delictivas. Tras atravesar esta zona, cruzamos Centroamérica y México.